Zona C
Diario de un trotamundo.Desde que me planteé realizar un interrail, mi mente no dejaba de viajar imaginariamente, no podía pensar en otra cosa. Por las noches, era tal el cansancio de mi azotea, que era complicado conciliar el sueño. Incluso adelgacé varios kilos la semana anterior al gran viaje…
La decisión acerca de la zona de Europa a visitar, no fue nada fácil, la última palabra la tuvo el rey, si, no miento. Don Juan Carlos: zona C; Euro: zona D, así que la fuerza de la gravedad unida al viento de un atardecer en un parque castellano, decidió mi destino…
¡Don Juan Carlos! Tras esta azarosa decisión, por fin podía poner paisajes a mis sueños, ya no se iban a remitir a ciudades borrosas y difusas, ahora las podía ver con claridad.
Como el bolsillo es muy importante en estos viajes, divisé mi cuenta corriente en busca de mis ahorros y la verdad, no me podía quejar, tenía reservas. Una vez resulto el asunto de financiación, cogí mi computadora y a navegar por la red. La compañía de bajo coste elegida
http://www.ryanair.com/%20 la recomiendo (si es que algún mortal todavía no la conoce), no te ofrece caramelitos, pero tampoco te los cobran.
¡Por fin estaba en Geneve! Mi primera impresión al ver “Welcome to Geneve” fue ¿Estoy en Génova? ¡Si yo quería aterrizar en Ginebra! y evidentemente allí estaba. El paraíso fiscal me sedujo a cada paso, casi fui atropellada por un Rolls Rois que estaba humildemente aparcado frente al hotel Ritz, y unos metros más adelante un Anson Martin, parecía ser conducido por el agente 007.
Yo, con la súper-mochila a mi espalda, ¡qué pintas! Era el primer día y ya parecía una vagabunda, despeinada por el aire, y con unas ojerillas en mi rostro testigo de llevar noches en vela a causa de la emoción. Tras patearme unas cuantas calles de Ginebra, encontré un hostel, tenía ganas locas de utilizar mi carné de alberguista, o de según mi madre “carné de juerguista”.
El hostel era fantástico, pensé en coger prestada la alfombrilla, por si en otros albergues no fuese a correr la misma suerte, pero mi moral me lo impidió y allí se quedó, esperando ser robada por otros españoles. Aunque siendo sincera, lo que realmente me hizo no delinquir y desistir del pequeño hurto fue el peso de mi mochila pues iba a aumentar y ya que iba a aumentar de todas formas, que fuese de chocolate suizo.
Para ir adaptándome a mi nueva rutina, que iba realizar durante el resto de trayecto me enrollé entre tren y manta, fieles aliadas de viaje y esperé hasta el amanecer. Una vez conocida Ginebra, tomé nuevo rumbo, esta vez hacia Berna, capital de Suiza. Berna es una ciudad de cuento. Tuve que tocar una catedral porque pensé que era un decorado de cartón-piedra de alguna obra teatral abandonada.
En las calles de Suiza, no hay ni siquiera un simple cleenex en el suelo. Las calles están plagadas de papeleras, y lo que es mejor noticia aún, la gente las usa.
Pateada esta ciudad, me dirigí hacia Interlaken, no es el pueblo de Heidi a pesar de que a mis veintitrés años aún me quedaba la esperanza de verla. En plenos Alpes Suizos por primera vez en mi vida confundí el cielo con la tierra, fue una experiencia difícil de olvidar. Eran una montaña y un cielo tan oscuro tan oscuro que no se sabía dónde empezaba una y donde acababa otra. Sólo el brillo de una estrella me hizo ser capaz de separar cielo y tierra, fue una sensación extraña pero agradable, por un momento busqué desesperadamente el cielo, necesitaba encontrarlo.
Tras Interlaken, su cielo y su tierra, una despedida muy triste y unas ocho horas de tren, ya estaba en Viena, la ciudad de Sisí Emperatriz, siempre me había llamado mucho la atención desde niña. Visitando el palacio de invierno de Sisí parecía estar ella presente entre nosotros. Lo que no me gustó nada fue el entresijo de historias de infidelidades de su vida amorosa que el phoneguide me desveló. ¡Cáscaras! ¡Se me cayó el mito!
Viena es una ciudad majestuosa. Tras Austria, retomé mi viaje para el viejo país Germano. Mi interrail, acabaría en Berlín ya que así se cerraba mi aventura. Era así por la sencilla razón de que el billete de ryanair estaba cerrado, hice que así fuera, desconozco la razón de ello, sería por si no regresaba, me conozco demasiado…
Por cierto mi aventura no finalizaba en Alemania, tenía un deseo loco de conocer a la sirenita de Copenhague y no iba a regresar sin verla, me oponía rotundamente.
“Yo soy tonto el burro, yo soy Burlón el gato, yo soy Lupo el perro, y yo soy Kiko el gallo. Uno, dos tres, cuatro, uno, dos tres cuatro, cuatro tipos locos los cuatro y a Bremen vamos con esta canción…con esta canción”. La la la ¿como podía yo estar en Alemania y no visitar la ciudad de los personajes favoritos de mi infancia? No me lo podía permitir y a Bremen fui con mi canción. De Colonia a Bremen, de Bremen a Dresden y Hannover, y de allí a ver a mi sirenita querida.
Cuando llegué a Copenhague lo primero que hice fue buscar el báltico, aquellas aguas que bañaban a la sirenita, pero se hizo tarde y me fui a dormir. Por la mañana me desperté con sirenas de la policía, calle arriba, calle abajo, y es que me hospedaba en un albergue muy próximo al centro de la ciudad. Bajé a recepción y pregunté qué sucedía, me asusté por que algo estaba pasando…
Había enfrentamientos entre policías y jóvenes de naturaleza violenta, estos enfrentamientos se produjeron el sábado en el centro de Copenhague entre varios miles de jóvenes. El número de detenidos ascendió a 437 manifestantes, nos indicó a la prensa un portavoz de la policía. Al principio se trató de una manifestación pacífica pero acabó en batalla campal, por ello el estruendo de sirenas asolaba la ciudad. El motivo de los jóvenes fue el desalojo de un centro por parte de la policía danesa.
La policía estimó que se enfrentaba a unos 2.000 jóvenes, pero los organizadores estimaron que eran unos 4.000. No es la primera vez ni será la última que Copenhague sufre estos altercados. Constantemente la policía danesa detiene a jóvenes y adultos. A mi hostel llegaron antidisturbios daneses que lo peinaron en busca de rebeldes. No pudimos abandonar el hall durante unos 45 minutos aproximadamente, aquello comenzaba a asemejarse a jungla de cristal, y me daba miedo. Todos nosotros, los hospedados, guiris todos, charlábamos cada uno en nuestra lengua alarmados con nuestros teléfonos móviles, aquello parecía un locutorio.
El pasado 26 de septiembre de 2001 cumplió 30 años el liberado barrio danés, Christiania. Hoy viven más de 1000 en esta zona que ha recibido el estatus de "experimento social". Además de la calle Pusher, donde se vende hasch y marihuana de manera legal (única imagen que suele llegar al exterior de este barrio), podemos encontrar un mundo lleno de creatividad, talleres de bicicletas, anticuarios, proyectos ecológicos, locales de conciertos, guarderías-cooperativas, y una arquitectura experimental fantástica.
Durante estos 30 años, Christiania a tenido un auto poder duradero basado en la democracia directa. Viven pacíficamente, pero como es normal, no quieren ser molestados. Christiania se ha convertido con el paso de los años en un sitio turístico al que todo buen interrailero debe acudir. Durante mi estancia allí, conocí a dos hippies “de verdad”, su inglés no era muy bueno pero eran simpáticos. Vivían en Christiania y se dedicaban a hacer manualidades para vender a los turistas, y es que dentro del barrio, tienen tiendas o al menos una que yo viera, que era donde se vendían carteras, marca páginas y demás objetos hechos a mano.
Una curiosidad, al entrar a Christiania, como si se tratase de otro país hay un mapa informativo, eso sí, muy casero, donde te dan la bienvenida. Te dicen que no esta Ud. en la Unión Europea. Lo que está claro, es que para ellos Christiania no es otro país u otro continente, “es otro mundo”.
Mi sirenita querida en varias ocasiones ha sido víctima de los altercados de la ciudad, como la foto que muestro a continuación de mi primer viaje a Copenhague. El símbolo de la ciudad como no suele ser de otra manera, paga los inconformismos de estos rebeldes, con actos de vandalismo como éste.
Fotografía: MIRIAM GÓMEZ
¡Pobre sirenita pintada de rosa y con un 69, casi rompo a llorar cuando la vi de esa guisa! No me lo podía creer, tantos kilómetros recorridos, tantos sueños con su imagen, y me la encuentro así. Mala suerte que en mi súper- mochila no llevara un ajax pino, o buena claro, porque de llevarlo la hubiese frotado y me hubiesen detenido ¡a mí también!
Tras estos sucesos en Copenhague, la última ciudad que pisé fue Berlín. Impresionante. Mi última noche trascurrió en un hostel temático de lo más divertido, me tocó la habitación “El dorado”, las paredes estaban pintadas con faraones y el color oro inundaba las paredes. Bebiendo cerveza alemana y rodeada de estos faraones que parecían hablarme, escribí la última página de mi diario de a bordo que me acompañó durante toda la inolvidable ZONA C.
“Aunque parezca el eslogan de MasterCard, visitar cuatro países y más de 20 ciudades en quince días, confundir el cielo y la tierra y suspirar de emoción…no tiene precio”
Miriam Gómez López
17/10/2007